El pasado 14 de febrero celebramos, como ya es habitual en el centro, el día de los enamorados con la tradicional venta de claveles. Pero este año, como novedad, se ha instalado un cuaderno donde los alumnos y demás miembros de la comunidad educativa han podido escribir sus poemas, dedicatorias, cartas, canciones y sugerencias a la persona amada. También se han podido ver los corazones del concurso literario, que consistía en intentar averiguar la obra literaria que se ocultaba en dichos corazones, a partir de la imagen contenida y la pista del autor.
UN LUNES AL MES
Blog del IES Pando dedicado a la lectura.
martes, 3 de marzo de 2020
jueves, 20 de febrero de 2020
Encuentro con escritores: Maite Carranza.
Hoy, día 20 de febrero de 2020, nos ha visitado la escritora catalana Maite Carranza quien, en un encuentro con los alumnos de cuarto de la ESO y de Iniciación al Cine de primero de bachillerato, ha comentado y analizado tanto su producción narrativa, con especial atención a su novela Una bala para el recuerdo, como su labor como guionista y profesora. Podéis acceder a su intervención en el vídeo adjunto. Posteriormente, los alumnos le realizaron varias preguntas y la autora dedicó el libro a varios alumnos. Desde aquí, queremos agradecerle su visita y su atención.
martes, 14 de enero de 2020
Más sobre el aforismo
En el periódico El País del sábado 11 de enero, en el suplemento cultural Babelia, dedicaron un reportaje al aforismo, que os ofrecemos a continuación
La Edad de Oro del aforismo
En una era dominada por la brevedad y fragmentación, pero
también por el ingenio y la chispa, el género triunfa en los libros tanto como
en las redes sociales
A la hora de emprender esta
pesquisa, nuestro ánimo se debatía entre diversos títulos (Intervalos lúcidos,
La tinta es oro, El banquete de la brevedad, Centauros literarios) y lemas:
“Lúcidos intervalos (…) en los que habla el silencio” (Cervantes, Quijote, II,
XVIII), “El intervalo es el medio adecuado para la revelación” (McLuhan), “Una
gota de tinta puede dar mucho que pensar” (Byron), “Usa la tinta como si fuese
oro” (Sarduy). En cualquier caso, nuestro ensayo debía acometer una cuestión
previa: cómo definir un género capaz de aglutinar incontables subespecies de
prosa discontinua: máximas, sentencias, reflexiones, proposiciones, fragmentos,
notas, apuntes, adagios, apotegmas, greguerías, aerolitos, pecios, pancartas…
De entrada, era preciso descartar como aforismo toda frase entresacada de otro
texto. Esta voluntad de autonomía formal sería el primero de los rasgos de un
perfil que habría que completar de inmediato con otros: brevedad, plasticidad,
preocupación ética y un gusto por la paradoja propio de su condición centaura:
mitad filosofía, mitad poesía.
Estamos ante una figura tan
esquiva por naturaleza como eludida por los tratadistas, incapaces de otorgarle
legitimidad frente al oportunismo y la moda. Obras de clásicos como Séneca,
Montaigne o Pessoa, sembradas de máximas implícitas, son explotadas por recopiladores
de citas que hacen circular como aforismos el fruto de sus incursiones. Cuatro
ejemplos extraídos de los ricos caladeros de Pessoa: “Si el corazón pudiese
pensar, se detendría”; “Solo los individuos superficiales tienen convicciones
profundas”; “Solo hay dos formas de tener razón. Una, callarse. La otra,
contradecirse”; “Ya que todo estoicismo no pasa de ser un severo epicureísmo,
deseo hacer en lo posible que mi desgracia me divierta”. Y, en efecto, tales
pasajes presentan, más que muchos fragmentos de su Libro del desasosiego, los
contornos que identificamos con el género breve.
“Siempre atormentado por la ambición de resumir un libro en
una página, una página en una frase, una frase en una palabra. Ese soy yo.” (JOSEPH
JOUBERT)
La versatilidad y magnetismo de
la literatura lapidaria atrae formulaciones que a fuerza de ser citadas y
recitadas por infinidad de actores cobran carácter de expresiones proverbiales.
Hannah Arendt transmite como adagio latino la siguiente: “Quienes no aprenden
las lecciones de la historia están condenados a repetirla”. Sin embargo, se
trata de una perla tardía, resultado de la colaboración involuntaria de dos
contemporáneos: Bernard Shaw (“Si aunque la historia se repite, sucede siempre
lo imprevisto, qué impericia humana para aprender de la experiencia”, Máximas
revolucionarias, 1903) y George Santayana (“Un pueblo que ignora su pasado está
condenado a repetirlo”, La vida de la razón, 1906). Y cuando Nicanor Parra
incluye entre sus Artefactos la cláusula “Todas las cartas de amor son
ridículas; si no fuesen ridículas, no serían cartas de amor”, confiere a los
versos de Pessoa ese aroma distintivo de la cocina aforística que solo se
obtiene por condensación de los elementos que integran la salsa.
El género escueto, que tanto se
presta a la elaboración de antologías, oculta, sin embargo, una complejidad
inabordable. “Hay libros cortos que para ser entendidos requieren una vida muy
larga”, declara Quevedo. Dos siglos más tarde, Joubert traza el autorretrato
canónico del aforista: “Siempre atormentado por la ambición de resumir un libro
en una página, una página en una frase, una frase en una palabra. Ese soy yo”.
Entre el poeta español y el moralista francés, un pintor napolitano, Salvatore
Rosa, inscribía en el ángulo inferior derecho de su propio retrato la siguiente
leyenda: “Cierra el pico si lo que vas a decir no mejora el silencio”. ¿Qué
hacer para estar a la altura de tamaño desafío? En 1887, Stevenson confiesa:
“Hay veces que soy sabio y digo poco, y otras en que soy débil y hablo
demasiado”. Hemingway, de quien tampoco conocemos ningún aforismo, afirma: “Se
necesitan dos años para aprender a hablar, y sesenta para aprender a callar”.
John Cage y Octavio Paz, quienes sí nos han legado sabrosos ejemplos de prosa
discontinua, proponen respectivamente: “Las palabras sirven de ayuda para hacer
los silencios”; “Enamorado del silencio, el poeta no tiene más remedio que
hablar”. En una última vuelta de tuerca, Ana Pérez Cañamares observa: “El poema
se escribe cuando nos hemos quedado sin palabras”.
La singular confluencia de
pensamiento (filosofía) y sentimiento (poesía) podría ser uno de los factores
que han propiciado la reciente eclosión de autoras de aforismos en lengua
castellana. En sintonía con Susan Sontag y su noción de “sentimientos
intelectuales”, Chantal Maillard expone en las páginas de Filosofía en los días
críticos: “No perder de vista que pienso sintiendo, que pensando siento”. Para
Maillard, la escritura fragmentaria se halla en correspondencia con “los saltos
que caracterizan el proceder de nuestra mente”. Precisamente a la enfermedad y
el modo de vida errante de Nietzsche, colmado de interrupciones, atribuye Lou
Andreas-Salomé su predilección por la literatura entrecortada. “Una larga
convalecencia engendra novelistas. La proximidad de una catástrofe, poetas. ¿De
qué agujero salen los aforistas?”, se preguntaba Erika Martínez en Lenguaraz
(2011). Es ineludible remontarse a los salones literarios del siglo XVII. En el
de Madame de Sablé, abierto a la intelectualidad en 1640, cristalizó la
variante de las máximas morales que alcanzó celebridad con las de La
Rochefoucauld, compuestas después, aunque publicadas antes, que las de su
anfitriona, quien subrayaba: “Estar demasiado descontento de uno mismo es una
debilidad; estar demasiado contento, una tontería”.
“Se necesitan dos años para aprender a hablar, y sesenta para
aprender a callar.”(ERNEST HEMINGWAY)
Todo aforismo aspira a plantear o
dilucidar alguna cuestión importante de manera sintética. La contrapartida de
semejante imperativo no es otra que la oscuridad. En nuestro ámbito, ningún
autor ha calado tan hondo como Cristóbal Serra, quien una mañana de agosto de
1997 nos advertía: “Existen géneros legitimados por la retórica y la preceptiva
literaria. Pero el aforismo no ha sido nunca justipreciado, sino considerado
menor. Por eso me refiero a él como bastardo. Sería posible organizar una
biblioteca universal de aforistas; establecer una teorética y un elenco. Sus
fronteras no están bien delimitadas porque su esencia es sutil. Posee una
naturaleza ambigua: anverso y reverso. Es el mejor instrumento para reflejar la
trágica dualidad de las cosas del universo”.
¿Y con quién iniciar nuestra
biblioteca? Respuesta: Heráclito de Éfeso, “sin cuyos dichos austeros, hoscos y
a ratos extrañamente regocijantes”, señalaba Serra en 2002, “la trayectoria del
aforismo occidental quedaría sin punto de partida”. Sus 126 fragmentos, apenas
equivalentes a seis páginas de texto, han servido de pasto espiritual a
generaciones de poetas y filósofos. ¿Cómo no sucumbir a su enigmático influjo?
“Los contrarios concuerdan, y de lo diferente surge la más bella armonía, pues
todo lo engendra la discordia” (8 DK); “A quienes entran en los mismos ríos,
bañan aguas siempre nuevas” (12 DK); “Los que buscan oro cavan mucho y
encuentran poco” (22 DK)… Nunca sabremos si el libro perdido de Heráclito era
una colección de sentencias o un tratado discursivo, pero con sus restos, acaso
precedidos por las inscripciones délficas de los Siete Sabios, comienza la
historia de la sabiduría breve en Occidente.
El término aforismo — del griego
apho, “separación”, y hóros, “límite”, es decir, delimitaciones, sean
conceptuales (definición) o geográficas (hito, mojón kilométrico)— aparece por
vez primera hacia el año 400 antes de nuestra era, como epígrafe de un presunto
libro de Hipócrates, cuya condición de médico confiere tempranamente al género,
amén de prestigio científico, cierta prerrogativa terapéutica, de veneno
saludable, de saber arrancado al sinsabor. “La vida es corta, la ciencia
extensa…”, reza su célebre comienzo. “La vida es corta”, repetía Einstein en
1947, “y la roca que empujamos con toda nuestra fuerza solo se mueve a
intervalos muy largos”. El físico alemán formuló un puñado de aforismos genuinos,
es decir, exentos, aislados, independientes de cualquier contexto. Verbigracia:
“Para castigarme por mi falta de respeto a la autoridad, el destino me ha
convertido en una autoridad” (1930); “La tentativa de combinar sabiduría y
poder ha tenido éxito muy pocas veces, y cuando lo ha tenido ha sido por muy
poco tiempo” (1953); “La primacía de los tontos es insuperable y está
garantizada para siempre. Su falta de coherencia alivia, sin embargo, el terror
de su despotismo” (1953). Intervalos lúcidos, en el curso de los cuales la roca
que empujamos se mueve lo bastante para mostrar una perspectiva inesperada.
Kundera comenta en El telón: “La vida es corta, la lectura larga y la
literatura se está suicidando debido a una proliferación insensata. Cada
novelista debería eliminar todo lo secundario, clamar por una moral de lo
esencial”.
“Una larga convalecencia engendra novelistas. La proximidad
de una catástrofe, poetas. ¿De qué agujero salen los aforistas?” (ERIKA
MARTÍNEZ)
El silencio entre fragmento y
fragmento —el vacío que separa un enunciado de otro— es la piedra de toque del
aforismo. Un silencio que casi siempre, como aseveraba Píndaro, es “el más
sabio pensamiento del hombre” (Nemeas, V). Se trata del mismo mutismo que
sanciona la vieja superioridad de la pintura sobre la literatura, de la imagen
sobre el verbo. Pese a todo, la palabra concisa dispone de un recurso
inagotable para equilibrar la balanza: su plasticidad —del griego plastikós:
“modelar”, “dar forma”—, y por tanto, la posibilidad de ser recreada por la
mente lectora. Cuando Da Vinci asegura en sus Cuadernos: “El poeta está por
debajo del pintor en la representación de las cosas visibles, y muy por debajo
del músico en la de las invisibles”, decide, pese a todo, hacerlo por escrito.
La encrucijada de texto e imagen constituye un campo de exploración inagotable.
No es extraño que tantos creadores hayan practicado la doble militancia, de
Goethe o Blake a Duchamp y Valcárcel Medina; de Delacroix, Klee o Michaux a Eva
Lootz, Barbara Kruger o Jenny Holzer.
La brevedad, la cualidad que más
inmediatamente denota lo aforístico, lo determina a su vez por partida doble:
“de corta duración” (poco tiempo), “de corta extensión” (poco espacio).
Deducción discutible, sin embargo, pues un pensamiento breve puede requerir
muchas horas, incluso muchos kilómetros, de gestación. A Raymond Chandler le
gustaba citar una frase del presidente Woodrow Wilson, responsable de los
célebres Catorce puntos para la paz difundidos en las postrimerías de la
Primera Guerra Mundial: “No tuve tiempo para escribirlos más cortos”. “La
concisión [del latín concidere: “cortar”] es la lujuria del pensamiento”,
observa Valéry en sus Cuadernos. Corominas vincula el vocablo “escueto” al
latín scotus, referido a “viajeros expeditos”, es decir, “libres de estorbo”.
El adjetivo “lacónico”, “de pocas palabras”, deriva de Laconia (Esparta),
cultura regida por una economía de guerra. Ciertamente, nos hallamos ante un
género espartano, enemigo, como sugiere Morey, “de todo despilfarro”. Gracias a
ello, no ha perdido vigencia desde los orígenes de la escritura hasta nuestro
tiempo acelerado, en el que solo un lenguaje frugal ayudará a la conciencia a
mantenerse alerta. Uno de los grandes aforistas españoles contemporáneos,
Eugenio d’Ors, cuya figura parece condenada a ser incesantemente redescubierta
y reolvidada, no se cansó de reivindicar el “imperativo de abreviatura” ni
repetir que la riqueza estriba en la limitación. En El valle de Josafat (1918),
escribe: “Palabras que podrían grabarse en el bronce y, a la vez, escribirse en
un abanico (…) Palabras milenarias como una esfinge y aladas como una
mariposa”. En Cuando ya esté tranquilo (1930), insiste: “Renunciar a las Obras
Completas para no escribir más que una lápida. Una lápida, con letras duras y
eternas, que encerrase, entre nueve y veintisiete palabras, todo nuestro
mensaje al mundo, cuanto hemos nacido para decirle”. La parquedad es el
requisito de su infinitud.
En Seis propuestas para el
próximo milenio, Calvino anticipaba: “En los tiempos cada vez más
congestionados que nos aguardan, la necesidad de literatura deberá apuntar a la
máxima concentración de la poesía y del pensamiento”. José Ramón González
—artífice de Pensar por lo breve: Aforística española de entresiglos, 1980-2012
(Trea, 2013), acaso la mejor antología publicada hasta la fecha, junto a la de
Carmen Camacho, Fuegos de palabras: El aforismo poético español, 1990-2014
(Fundación José Manuel Lara, 2018)— anotaba en 2016: “Lo digital ha habituado a
los nuevos lectores a un tipo de expresión que podríamos identificar con las
formas breves (…) Decir mucho con pocas palabras parece satisfacer una
necesidad de eficiencia —una especie de principio no formulado de economía
intelectual y psíquica—, y aunque la brevedad, y en especial la brevedad extrema,
requiere un esfuerzo añadido por parte del lector, le otorga la satisfacción de
sentir que se le está ofreciendo más por menos”.
“Hay veces que soy sabio y digo poco, y otras en que soy
débil y hablo demasiado.” (ROBERT LOUIS STEVENSON)
Jean Cocteau comparaba las piezas
musicales de su admirado Satie —compositor, también, de inolvidables bagatelas
literarias— con miradas a través del ojo de una cerradura. “A lo augusto, por
lo angosto”. Este adagio conjuga los rasgos capitales de la escritura fragmentaria,
cuya senda discurre entre las cumbres de la precisión y los abismos de la
concisión, pues anhela traducir la experiencia en un arte de vivir tan práctico
como las indicaciones que orientan al viajero en los cruces de los caminos. No
en vano ha sido el vehículo preferido del pensamiento ético desde los
presocráticos a Ferlosio, pasando por Epicuro, Marco Aurelio, Gracián, Pascal,
Schopenhauer, Machado, Wittgenstein, Juan Ramón Jiménez, Adorno, Simone Weil,
Canetti, Cioran…
“Una palabra mal colocada estropea
el más bello pensamiento”, dice Voltaire. “La característica feliz de todo
clásico es la absoluta armonía del contenido y la forma”, añade Kierkegaard.
“En el fondo, toda filosofía es una cuestión de forma”, tercia Valéry. “El
escritor que cuida demasiado el estilo es que no tiene nada que decir; el que
no lo cuida, valdría más que no dijese nada”, interviene Rusiñol, autor de una
colección publicada en 1927, cuyo principal hallazgo estriba en su título:
Máximas y malos pensamientos. “La palabra constituye una unidad de dos caras:
el aspecto material —sonido— y el aspecto espiritual —sentido— (…) Una
secuencia de sonidos resulta el vehículo del sentido”, zanjó Jakobson en 1942.
Viejas verdades, cuya memoria tiene encomendado atesorar el aforismo. Cada
postulado adquiere necesariamente la forma de variación sobre el mismo tema.
Desgranemos una serie que abarca tres centurias: “Los defectos naturales se
combaten con las virtudes adquiridas” (marquesa de Montpensier); “Para
justificar a una persona basta que haya vivido de tal modo que gracias a sus
virtudes merezca el perdón de sus errores” (Lichtenberg); “No es equivocado
decir que a veces se nos ama más por nuestros defectos que por nuestras
virtudes” (Joubert); “El mundo perdona tus defectos, no tus virtudes” (Antonio
Porchia); “Nuestros defectos son a veces los mejores adversarios de nuestros
vicios” (Margarite Yourcenar). “Ningún precursor”, señalaba Séneca en su
epístola LXXIX, “podría agotar la cuestión; si acaso, habrá desbrozado el
camino (…) La mejor situación es la del último que se ocupe del tema”. La
verdad, la única verdad del aforismo, es un esfuerzo interminable de precisión.
“Quien quiere expresarse con
brevedad debe abordar las cosas allí donde son más paradójicas”, puntualizaba
Walter Benjamin en 1929. Nuestro cerebro no ha descubierto mejor procedimiento
para hacerlo que la escritura discontinua, incluida la diarística. En su doble
dimensión de fracción mínima y punto culminante, el aforismo reproduce la
estructura antitética de la realidad y de la propia condición humana, inmersas
en un juego infinito de contraposiciones que se complementan. “La voluntad de
sistema es una falta de honestidad”, denunciaba Nietzsche. En su Origen y
epílogo de la filosofía, Ortega y Gasset reflexiona: “Diríase que la razón se
hizo añicos antes de comenzar el hombre a pensar, y por eso tiene que recoger
uno a uno los pedazos y juntarlos”; a continuación, transmite una bella
historia relatada por Georg Simmel: a finales del siglo XIX, un grupo de amigos
creó en Alemania una Sociedad del Plato Roto; a los postres de un banquete,
rompieron un plato y repartieron los pedazos con el compromiso de que cada uno
entregara el suyo a otro socio antes de morir. El último superviviente sería el
encargado de reconstruir el plato. O si se quiere, de restaurar el silencio.
LECTURAS
El cántaro a la fuente. Aforistas españoles para el siglo XXI. José
Luis Trullo y Manuel Neila (editores). Apeadero de Aforistas. 144 páginas. 18
euros.
Fuegos de palabras. El aforismo poético español de los siglos XX y XXI
(1900-2014). Carmen Camacho (editora). Fundación José Manuel Lara. 492 páginas.
22 euros.
Pensar por lo breve. Aforística española de entresiglos. 1980-2012.
José Ramón González. Trea. 344 páginas. 25 euros.
Concisos. Aforistas españoles contemporáneos. Mario Pérez Antolín.
Cuadernos del Laberinto. 173 páginas. 16,50 euros.
Bajo el signo de Atenea. Diez aforistas de hoy. Manuel Neila
(editor). Renacimiento. 248 páginas. 18,90 euros.
Revista ‘Ínsula’. Número 801. El aforismo español del siglo XX. Erika
Martínez (coordinadora). Espasa 36 páginas. 11 euros.
JOSÉ LUIS GALLERO
11 ENE 2020
En una era dominada por la brevedad y fragmentación, pero también por el ingenio y la chispa, el género triunfa en los libros tanto como en las redes sociales
JOSÉ LUIS GALLERO
11 ENE 2020
martes, 5 de noviembre de 2019
Bases del concurso de mitología
BASES DE PARTICIPACIÓN EN EL CONCURSO DE MITOLOGÍA
1. RELACIONA EL PERSONAJE MITOLÓGICO CON:
- LO QUE HACEN (PON EL NÚMERO CORRESPONDIENTE EN EL CUADRADO)
- Y LA IMAGEN (COLOCA EL NÚMERO CORRESPONDIENTE EN EL CÍRCULO)
2. ESCRIBE TUS DATOS EN LA PAPELETA.
3. INTRODÚCELA EN LA URNA.
PREMIO
EL GANADOR RECIBIRÁ:
- DOS ENTRADAS PARA ASISTIR AL TEATRO CLÁSICO GRECOLATINO PARA JÓVENES QUE SE DESARROLLARÁ EN EL MES DE MARZO EN EL TEATRO JOVELLANOS DE GIJÓN.
- EL LIBRO CORRESPONDIENTE A LA OBRA A LA QUE SE ASISTIRÁ.
- VISITA AL MUSEO DEL FERROCARRIL, EN GIJÓN.
SE ESTABLECERÁ UN PREMIO POR CURSO (1ºESO, 2ºESO, 3ºESO, 1º DE BACHILLERATO Y 2º DE BACHILLERATO).
Mi vida es un poema, recitación de alumnos de primero de ESO
martes, 29 de octubre de 2019
Encuentros con autores 2019
En el siguiente enlace os ofrecemos un vídeo-resumen del Encuentro con Autores de este año, en los que intervinieron Ángeles Caso y Javier García Rodríguez, en febrero.
jueves, 28 de febrero de 2019
Club de lectura, 2019
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